Superar la violencia
En las siguientes líneas sostendremos que el movimiento 15M y sus derivas actuales (Mareas, Stop Desahucios, etc.) se han encerrado en un infructuoso debate violencia sí- violencia no que invisibiliza el trasfondo conlictual por el que los mismos circulan. Propondremos arrollar la forma-Plaza como método para superar las subjetividades, tanto violentas como no violentas, que nos impiden pensar el conflicto y la acción directa en el seno de los movimientos sociales. La violencia, constituida como perversión en nuestras sociedades, se sitúa en un espacio delimitado y estudiado que debe ser destruido para poder alcanzar una posición opaca de ingobernabilidad.
Andrea de la Serna
¿Qué es el civismo cuando,
en determinadas circunstancias,
se convierte en vergonzosa sumisión?
Blanchot
Cada día, desde hace unos dos años, se amontonan en Facebook y Twitter desvaríos mayores sobre lo que hay que hacer con las cabezas de los políticos, mientras al otro lado de la pantalla los ritmos vitales se mantienen imperturbables y la calle sigue siendo un espacio de tránsito cada vez más aburrido. Al mismo tiempo, el activismo político se ve cercado por una opinión pública que desestima la acción violenta y la convierte en la herramienta de los necios. Las acciones ciudadanas, como han venido a llamarse hoy en día, se mueven entre una mezcla de sopor y hastío. Ya no se acude a ellas, desde hace tiempo, con la incertidumbre y la ilusión de ver un espontáneo acto de rechazo, sino con la previsión casi segura de que nada puede suceder uera de los márgenes de lo establecido y lo permitido. Sabemos que la indignación es general, pero jamás da el salto que la convierta en rabia colectiva. Años y años de terroríficas imágenes sobre las grandes guerras nos han llevado a olvidar el estado de paz armada en el que vivimos realmente y la moralina liberaldemócrata se ha ocupado de inocular en nuestro imaginario la convicción de que la violencia es terrible, infructífera y desgraciada. Ya no podemos mostrarnos tan optimistas como lo hiciera López Petit en un principio, en los primeros días de la Explosión, al escribir “Desbordar las plazas. Una estrategia de objetivos” (1).
Si bien es cierto que en sus primeras semanas el 15M pudo brindarnos la ansiada experiencia del rechazo colectivo, necesario para muchas de las que habíamos sentido la indignación sufrida en primera persona (y, como toda indignación individual, impotente), también lo es que no tardó en empaparse del civismo pensado desde la matriz ciudadanista. Por ello, tempranamente se perdió la presencia singular, el nosotros abierto que había cobrado sentido en el colectivo acto de rechazo (en Zaragoza, al menos, se empezó a asistir a las asambleas en calidad de ciudadanos y ciudadanas, los foros llevaban la etiqueta de “ciudadanos” así como las asambleas). A la luz del desarrollo posterior, percibimos que la identidad ciudadana fagocitó la singularidad inicial del acontecimiento inscribiéndolo en unos límites, coartándolo con unas normas, identificándose con un único discurso. Así pues, en seguida se cerró la brecha que había conseguido desgarrar el marco de inteligibilidad, y perdimos la opacidad frente al poder constituido. El primer paso necesario, pero no suiciente, fue la compartición de las heridas, un ser juntos en el roce, esto es, el nosotros surgido sin previo aviso, que había cobrado sentido de forma espontánea el quince de mayo. Sin embargo, el paso deinitivo de malestar a infección no se produjo y la «estrategia de objetivos», al no imponerse a los micrófonos de los medios ni a las voces de los dirigentes, fue irrealizable. Por miedo a percibirnos en el cauce del conflicto y a combatir la violencia estructural con su igual, nos dejamos perder. López Petit anunciaba la exigencia de dar un salto cualitativo, advertía de la necesidad de desbordar la plaza y no sólo de ocuparla. Nosotras añadiríamos: ya no sólo desbordarla, sino arrollarla. Y es cierto que al ocupar la plaza, tal vez nos amoldáramos a ella, tomáramos con ella su forma, y fuéramos incapaces a partir de ahí de desbordarla (arrollarla). El marco de no violencia en el que se asentó desde su primer momento el 15M no pensó el sabotaje, ni la acción directa. Al ocupar la plaza, aceptamos sus límites, así como no traspasarlos.
López Petit afirmaba que «el gesto radical de tomar la plaza […] tiene que prolongarse en un bloqueo real y efectivo de este sistema de opresión» (2).
Esto no sucedió. No fuimos capaces de arrollar la forma-Plaza, ni de extraerla de nuestras propias palabras, ni de superar el pensamiento pacifista que demostraba su inoperatividad cada vez que nos exponíamos a un cordón policial. En este sentido, la Plaza se constituyó como el espacio productor de subjetividades cívicas y atenuadas, enfrentadas a aquéllas que buscaban su atropello: las violentas, las incívicas, las excesivas. Este enfrentamiento, que trae consigo la creación de “lo violento”, debe comprenderse como una extensión más del paradigma en que vivimos desde principios de los años noventa y que, situado en el espacio de la Plaza, generó la inseguridad que hizo de nosotras y nosotros un movimiento inteligible, transparente y, por ello mismo, gobernable.
¡Razonad tanto como queráis y sobre lo
que queráis, pero obedeced!
Kant
En junio del 2011, las declaraciones de la Comisión de Respeto de la Acampada Sol, después del enfrentamiento en Barcelona – mal llamado “acoso” – con los diputados en el Parlamento catalán, dejaron claro que se desvinculaban de “cualquier acto violento y presión por encima de la ley, el derecho y la democracia”. Asimismo, pedían «respeto, respeto y respeto» a los violentos que habían osado abuchear a los diputados y tirar una garrafa de agua a Cayo Lara en Madrid. Después, dicha Comisión aseguró que en el caso de que la policía no interviniera, serían ellos mismos quienes se organizarían en cordones humanos para aislar a los grupúsculos violentos (3). En fechas más recientes (junio del 2012), en Zaragoza, un tumulto de pitos y pancartas se encaró con la Consejera de Educación aragonesa, Dolores Serrat, durante la Feria del Libro. Algunos periódicos aragoneses hablaron de “protesta violenta” y de “duros insultos”. Al día siguiente, FAPAR (“Federación de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnxs de Aragón”) se desvinculó inmediatamente de la protesta. Estos dos ejemplos, entre tantos otros, nos sirven de ilustración para comprender el mito de la violencia, y cómo éste funciona como agente atenuador y disgregador en el seno de los propios movimientos sociales.
Los medios de (des)información, calificando de violenta a una protesta pero no a las últimas reformas, impiden que se asuma una posición de conflicto frente a ellas, quedando éstas despojadas de toda su carga de agresividad. No obstante, no sucede lo mismo ante la «violenta protesta» en el Parlamento catalán, que inmediatamente exige el posicionamiento de la ciudadanía. En consecuencia, desde el momento en que admitimos vincular la palabra violencia a un determinado tipo de protesta, la misma deviene inaceptable por el propio funcionamiento de la Plaza, limitando así la efectividad de sus acciones. Más allá de la Plaza nos introducimos en el ámbito de lo innombrable. También podemos comprobar este funcionamiento en la mayoría de asambleas. Así, lo que se puede decir se sitúa siempre dentro de la forma-Plaza y lo Indecible estigmatiza inmediatamente a aquella o aquél que proponga la visibilización del conlicto.
Este mecanismo de exclusión de todo lo que invoque a la violencia se puede entender, sobre todo, después de la sangrienta carrera en la que el siglo XX nos hizo participar, pero no podemos defenderlo cuando deriva tan fácilmente en sumisión a una forma de gobierno. Y es que es cierto que la imposición de los objetivos, del 15M a las actuales Mareas, ya no se produce, como esperaba López Petit, «por la fuerza de su radical simplicidad y mediante la acción directa» (4), sino que sólo se actúa desde la desobediencia civil pasiva, tratando de dialogar con el Gobierno. Así, la aceptación de la paz civil, que no es sino sometimiento, supone por nuestra parte una infantilidad política, la creencia ingenua de que la guerra sólo es ese Afuera que se reproduce en nuestras pantallas televisivas, y que toma la forma de terrorismo, gran guerra mundial o conlicto bélico en un país que no nos afecta.
Creéis que todo tiene un límite, así estáis
todos: limitados. ¡Cuidado, os avisamos,
somos los mismos que cuando
empezamos!
Eskorbuto
Hemos hablado de cómo la sujeción a la Plaza nos limitaba en nuestras acciones, obligándonos a situarnos a un lado u otro de la línea que divide a los violentos de los pacíficos. El sujeto violento es el nuevo idiota de las manifestaciones, el insensato de los movimientos sociales, el Afuera del que huir, y su presencia abyecta nos ha configurado como sujetos vaciados de violencia: «la violencia existe para nosotros como aquello de lo que hemos sido desposeídos» (5). Esta desposesión de la violencia se acompaña, al mismo tiempo, de una profunda atracción hacia ella, azuzada por el continuo bombardeo de imágenes y eslóganes que la interpelan. En efecto, la violencia hoy ya no tiene lugar en ese horizonte nocturno e improductivo que nos describiera Bataille en “La noción de gasto” y que le hacía concebirla como una posibilidad transgresora.
La violencia se ha convertido en una perversión manifiestamente extendida, que provoca fascinación y asco al mismo tiempo, y que se ha constituido como un vórtice del que es imposible escapar, pues todo parece apuntar a ella. Esta ambivalencia de sentimientos que la rodea se manifiesta en la expansión de, por un lado, una violencia mainstream fácilmente localizable en Internet, redes sociales, películas o videojuegos; y, por otro, la repulsa de toda aplicación de la misma en el plano físico.
Es precisamente este acotamiento del espacio que se le ha dado a la violencia (taxonomizado, estudiado y analizado hasta la saciedad) lo que supone su inmediata despolitización y su inclusión en el nicho de la economía capitalista. Podríamos hablar de una hipsterización de la violencia: la visión que tenemos de ella como esa irreductible parcela de natural salvajismo, un oscuro tabú que se difumina en las fronteras de lo civilizado, ha suscitado una fascinación canalizada por las fortificadas cloacas del capital. De este modo, el movimiento que nos aleja con impetuosidad de ella es el mismo que hace que la tengamos siempre presente, y la hipocresía que nos lleva a negarnos continuamente como sujetos violentos es la misma que nos remite, casi instantáneamente, a su continuidad en nuestro imaginario social y político, como una canción repitiéndose obsesivamente en nuestra cabeza, pero que tratamos de evacuar en todo momento. Que la violencia exista como negación en nuestra sociedad hace que haya una tendencia inconfesable hacia ella, y que sea esta misma dinámica la que imposibilite resistir desde la identidad violenta, pues queda ésta despolitizada desde el momento en que se constituye como perversión.
El mito de la violencia, que nos impele a concebirnos como civilizados Buck que deben renegar de «la llamada de la selva» (6), posiblemente ese mismo mito que dirigió a un joven Wittgenstein directo a las trincheras de la I Guerra Mundial, ansioso de intensidad purificadora, es el mismo que se nos vende hoy en el cine y los mercados informáticos, a modo de descarga afectiva. De igual modo, lo que históricamente se denominó “revolución” nutre hoy una vasta oferta de diversión en las tiendas de informática. La cuestión es, cuando se ha anulado la dimensión improductiva de la violencia, integrándola en el mercado ¿podemos todavía coniar en la efectividad de la violencia revolucionaria? ¿O sólo nos cabe hablar de vanos intentos que quedarán en el peril de algún modernillo atraído por una violencia, más bien, espectacular?
Lo ingobernable [..] que es siempre el comienzo
y la línea de fuga de toda política (7)
Agamben
En “Metrópolis”, Agamben analiza el «dispositivo que designa el nuevo tejido urbano [cuando] el poder asume progresivamente la forma de un gobierno de las cosas y de lo humano» (8), y llega a plantear lo Ingobernable como línea de fuga política. Así, evitando aercarnos peligrosamente a la exigencia fascista de violencia, y a la fascinación que sigue suscitando, no haremos una defensa del sujeto violento, socialmente constituido, porque hay que destruirlo. Esta destrucción del dispositivo de poder que nos gestiona y nos gobierna, que nos comprende, es la salida de emergencia para un movimiento que ha quedado suspendido en una confrontación inútil, en un debate infructuoso sobre cuestiones que deben ser superadas. Arrollar la plaza significa superar el discurso de violencia, como de no violencia, que se nos ha impuesto. No elegir una de las dos caras de la moneda, quedarnos sin rostro. Pensamos que manteniéndonos inamovibles en el lado de los unos – los “no” violentos- o de los otros –los violentos– sólo conseguimos ocultar la matriz conlictual que los ha conformado. Hay que romper con la violencia para que algo de violento pueda surgir, y así eliminar el discurso que ingenuamente cree que la violencia es un arma política: el uso de la violencia va de sí. Sabemos que hablar de “violencia” malentiende lo que queremos transmitir, y hablar de una posible resignificación del término se nos hace difícil. Ya no quedan espacios efectivos de resignificación del término “violencia”, la única salida que vemos es suspender su utilización. Por ello, de una vez por todas, lo excluiremos de manera definitiva. El término que más se presta a ser usado es el de conlicto: el conlicto nos conforma. Una vez constatado, la superación del binomio que nos ata a la inmovilidad será posible, y Lo Ingobernable, entonces, se hará espacio opaco, imponiéndose radicalmente al gobierno de las actuales formas de poder. No ser violentos, ni no serlo, eso es lo ininteligible.
1 Santiago LÓPEZ PETIT, S.: “Desbordar las plazas. Una estrategia de objetivos” en http://espai-en blanc.blogspot.com.es.
2 Ibid
3 Todas las referencias han sido extraídas del artículo de El País de Gloria RODRÍGUEZ PINA: “Acampada Sol se desvincula y condena la violencia de hoy en Barcelona y Madrid”, del 15 de junio de 2011.
4 Santiago LÓPEZ PETIT: “¡Que se vayan todos! Construyamos nuestro mundo” en http://laplazapiensa.blogspot.com.es
5 TIQQUN: Introducción a la guerra civil, Ed. Melusina, 2008, p. 17.
6 Novela de Jack London.
7 Giorgio AGAMBEN: “Metrópolis”, 2006. Traducción por Paolo A. En http://www.egs.edu/faculty/giorgio-agamben/articles/metropolis-spanish/
8 Ibíd.
Del numero uno de los dos que actualmente ha sacado la revista zaragozana Turba http://www.revistaturba.net para esta categoría que por estrenarse llamaré “conflicto” y será una aproximación a la violencia …
Turba #1 http://www.revistaturba.net/wp-content/uploads/2013/08/TURBA1-Deudaviolenciapol%C3%ADtica.pdf